Me hacen evocar aquellas tardes perdidas en que alguien lo tuvo en su regazo.
Una dulce dama que acaricia con sus dedos la cubierta, el hombre que guardó el mismo libro en su biblioteca.
El niño que dejó caer sobre él migajas de galletas.
El joven que doblo una esquina de la hoja para no perderse. Las mesas donde reposó, además de la mia.
Mientras más viejo el libro, pienso en qué lugares del mundo estuvo, cuántas veces pasó de manos y a cuantas personas inspiró.
Pues más allá de las palabras escritas en su interior, un viejo libro te cuenta su propia historia.
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