Suele decirse que quien escribe,
lo hace en parte para sacar sus demonios. En mi opinión, también se saca mucho
de uno mismo. Quizás los demonios también son parte de uno. En mi pasada
lectura, por ejemplo, sobre Virgilio Díaz Grullón, pude notar el empleo de los
pozos como elemento de misterio.
Por mi parte, las pocas veces que escribo, uso
elementos propios del cielo: como atardeceres y estrellas. Quién sabe con qué
propósito. De Jorge Bucay se pueden sacar muchos detalles: la magia, el
programa de los locos Adams, la misma medicina (su profesión)… En fin, uno
escribe sobre lo que le gusta, y las historias solo suenan auténticas si se
escribe de lo que se sabe.
La primera vez que leí este
libro, me pareció maravilloso y –por mi edad entonces- obvié muchos detalles.
Nunca había escuchado hablar del autor e ignoraba que este género salía de su
zona de confort. Ahora sí me pude dar cuenta; porque había líneas no demasiado
convincentes, ficciones muy fantásticas y… pero, la trama es excelente.
Bucay logró salir –incluso
galardonado- de su atrevimiento literario. Nunca lo hubiera sabido sino lo
hubiera intentado. Por mi parte, intentaré aferrarme al realismo distorsionado
con que plasmo mi realidad. Es lo que vivo, de lo cual puedo escribir mejor.
Estas palabras por ejemplo, por sencillas que fuesen, nunca me decepcionan.
Escribo de lo que he leído, no hay nadie que lo pueda hacer mejor.
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